Escrito por: Arlindo Luciano Guillermo
La suerte para el Perú está echada, no hay vueltas que dar: en la segunda vuelta tenemos que optar por uno por otro, entre dos posiciones ideológicas, políticas y programáticas antagónicas, como agua y aceite; es decir, este evento democrático se presenta en un escenario de altísima polarización. Los ciudadanos electores estamos entre el fuego cruzado, entre la espada y la pared, entre elegir a un rondero y profesor de primaria de postura ultraizquierdista y Keiko Fujimori, la hija de Alberto Fujimori (sentenciado por crímenes de lesa humanidad y haber hecho del Perú un botín de guerra), con cuentas pendientes con la justicia, de posición derechista y anticomunista. La tercera alternativa es el voto en blanco o viciado.
El miedo surge, en esta segunda vuelta, como el que sentimos por el contagio de la Covid-19. La pandemia ha demostrado frontalmente que el sistema de salud es precario, deficiente, con carencias de infraestructura, personal médico, reacción lenta ante la necesidad de oxígeno, camas UCI, fármacos y firmeza de autoridad para hacer cumplir las restricciones y una ciudadanía irresponsable con nula empatía. Somos un país con anomia social crónica, donde la viveza reemplaza a la actuación honesta y transparente. Hemos olvidado la violencia subversiva y terrorista con el siniestro Abimael Guzmán a la cabeza y la horda de senderistas fanáticos; hemos olvidado al presidente Fujimori y su banda de depredadores del Estado y de las instituciones, el golpe del 5 de abril de 1992, que el GEIN (léase el libro La Hora final de Carlos Paredes) capturó al camarada Gonzalo sin que Fujimori ni Vladimiro Montesinos se enteraran, que los comités de autodefensa derrotaron a Sendero Luminoso. Hoy el escenario político se parece mucho a la pandemia: miedo patológico, desconfianza al borde del abismo y del suicidio, una incertidumbre pública que crece como una bola de nieve que desciende presurosa de la cumbre; además, tenemos de compañía a la amnesia colectiva e histórica, con voto emocional y de última hora, de votos en blanco y viciados como expresión legítima de enfado, desilusión y frustración.
César Hildebrandt, en Hildebrandt en sus Trece (16-04-2021. Pág.10), dice: “Tenemos que escoger entre Keiko Fujimori, delincuente metida a la política para blindarse con ella, y Pedro Castillo, un representante de esa izquierda que estaba convencida de que los tanques soviéticos entraron en 1968 a Praga para liberarla de la conspiración imperialista”. Ambos personajes representan, precisamente, una polarización política que no se vio en el Perú desde 1980 cuando la democracia se reinstauró en el Perú, luego de doce años de dictadura militar. En las elecciones, la meritocracia, los lauros académicos e intelectuales, los libros publicados, estudios en universidades de prestigio, la decencia política y exhibición de la verdad, la demostración de éxito empresarial y la experiencia comprobada no atrapan votos suficientes. ¿Será esto una manifestación visible de la precariedad ciudadana, la vigencia de la cultura chicha y la informalidad exponencial que padecemos en el Perú? Anota oportuno Raúl Tola, en La República (17-04-2021): “A los ciudadanos nos tocará hacer el trabajo inverso: buscar puntos de encuentro, rebajar las tensiones, descubrir las virtudes del diálogo y la tolerancia”. Por otro lado, el periodista y sociólogo Rubén Valdez sostiene: “Ante la incertidumbre y el miedo, propios también de una pandemia, es posible que ninguno de los candidatos logre una votación considerable que le de legitimidad política; esto es crucial para la gobernabilidad del país. Esperamos que este contexto sea asimilado por los protagonistas de la segunda vuelta a fin de garantizar consensos viables antes que repartijas”. (Patamarilla.com, 15-04-2021).
Si, en realidad, funciona la educación por competencias, los peruanos debemos ejercer el pensamiento crítico, tomar decisiones sensatas y comprender el mensaje del discurso oral y escrito. Si no es así para qué el “enfoque por competencias”. Hoy más que nunca necesitamos del pensamiento crítico para enfrentar la segunda vuelta y elegir al próximo gobernante del Perú. Tenemos todavía un tiempo prudencial y relativamente holgado para pensar e informarnos una y mil veces. Elegiremos a uno de los dos: el que mejor garantice la estabilidad política e institucional, refuerce la democracia, recupere la fe de los ciudadanos en la política y en la gestión de las autoridades elegidas por el pueblo. Estamos a tiempo para darnos cuenta quién de los dos tiene (o esconde) interés y proyectos personales, partidarios y familiares una vez sentado en el sillón de Pizarro. El Perú siempre ha elegido al mal menor o, como se dijo en anteriores elecciones, optar por el cáncer o el Sida; hoy asistimos a un escenario político donde tenemos que decidir entre la vida o la muerte de la democracia y la institucionalidad, aunque nunca se sabe qué hará un gobernante en el poder.
La coyuntura actual se acompaña de cerca con elecciones y política, pandemia que mata y política que amenaza la democracia, el sistema de salud pública que ha colapsado, pero que, haciendo de tripas corazón, frena el contagio y la letalidad de la Covid-19, política que causa espanto por la carencia, casi total, de coherencia entre el discurso y la acción, entre la amnesia premeditada y la conexión con realidad cotidiana y las lecciones de la historia. Por ahora exorcizar estrés y ansiedad, que provocan las elecciones, para no obnubilar la lucidez y así tomar la mejor decisión política. Será que hoy sí tenemos la respuesta a la pregunta del periodista Santiago Zavala, en Conversación en La Catedral: “¿En qué momento se había jodido el Perú?” Nuestro laureado Premio Nobel de Literatura, luego de poner en el brasero incandescente a Pedro Castillo, recomienda votar por Keiko Fujimori. (La República, 18-04-2021). ¿No era archienemigo del fujimorismo pernicioso y autoritario? Lo mismo hizo con Ollanta Humala, Toledo y PPK; los tres han abandonado palacio de gobierno en medio de escándalos mayúsculos y corrupción flagrante. ¿A la cuarta va la vencida, Varguitas?