EN NOMBRE DE LA DEMOCRACIA

Por: Arlindo Luciano Guillermo

Faltan pocos días para las elecciones. Los peruanos vamos a elegir a un presidente de la república y a congresistas para que, en nombre del pueblo, que los va a elegir, fiscalicen, representen y legislen. El ambiente político se va caldeando. Los líderes se esfuerzan exponencialmente para atraer votos, convencer a los ciudadanos, hacen giran meteóricas y se dan sendos discursos para una multitud que no quiere escuchar más de lo mismo, sino propuestas novedosas, confiables y factibles.
La democracia permite legítimamente la participación libre y voluntaria de los ciudadanos en la política tal como la vemos, sentimos y criticamos. Nadie obliga a nadie a ser candidato. Los competidores políticos se someten a las normas de convivencia democrática. Un proceso electoral no debe convertirse en una competencia de depredadores hambrientos y salvajes en la jungla. Las elecciones congregan a líderes, partidos, militancia, actividades proselitistas, alianzas convenientes, financiamiento, aliados estratégicos, oferta, expectativas de los ciudadanos, quienes, al fin de cuentas, son los que eligen con su voto responsable e informado.
El conocimiento de las propuestas políticas, planes de gobierno, las intenciones personales y las actitudes previas al ejercicio del poder es necesario percibir, conocer y constatar, antes de que los ciudadanos voten por tal o por cual candidato. Imagine que gane las elecciones un candidato sin planes de gobierno, sin equipo técnico, sin visión ni una hoja de ruta básica para empezar a gobernar. Quien se perjudica irreversiblemente es el pueblo. El tiempo perdido en la política no se recupera. Gobernar es una oportunidad para servir, trabajar infatigablemente, sin descanso. Finalmente, todos somos responsables de una elección correcta o equivocada.
Los ciudadanos vamos a tomar serias decisiones. Vamos a elegir a un presidente de la república y congresistas, quienes durante cinco años van a tomar las riendas de los destinos del Perú. La educación debe mejorar y ubicarse en posiciones decorosas en el ranking nacional e internacional, los trabajadores demandan sueldos dignos, la cobertura de salud tiene que alcanzar a los sectores populares que no pueden pagar un servicio privado, la lucha frontal contra la corrupción pasa por la transparencia en el poder y la honestidad del gobernante. Así que elegir no es solo un acto de obligación para evitar una multa o participar de una acción automática. Votar es un deber y una gran responsabilidad cívicos. En estas elecciones ya han sacado de carrera a dos aspirantes a la presidencia de la república, pero quedan varones y mujeres que representan, democráticamente, opciones, ofertas y esperanzas. Esto es saludable para la democracia, pues los ciudadanos tendremos que elegir entre una variedad heterogénea y disímil.
En cualquier acto político y electoral siempre tiene que primar la tolerancia, que se convierte en un requisito fundamental para las relaciones políticas y la comunicación de ideas. Un debate sin respeto ni tolerancia es una guerra sin cuartel. Los candidatos, en su propósito de convencer al electorado, tienen que mostrar actitudes positivas, aptitudes profesionales, conocimiento de la realidad social y cultural, habilidades para ubicarse en un punto medio del consenso y así evitar la polarización y la fragmentación políticas. Los ciudadanos tenemos derecho de escuchar las propuestas de los candidatos. No se le puede dar “chequen en blanco” a nadie que va a ejercer el poder. No resulta cómodo ni alentador ver y escuchar dimes y diretes entre contendores. Las elecciones son oportunidades democráticas para debatir ideas, convencer con palabras y los actos y convertir planes en políticas de gobierno para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos y encaminar al país por la senda del desarrollo y bienestar sostenibles.
Quienes consideran que la política es un muladar, una cloaca, un estercolero o depósito sanitario están en el derecho de hacerlo. Sin embargo, no se puede inyectar lo mismo a los demás. La política es consustancial a la vida de los pueblos y de los ciudadanos. Nada de lo que ocurre en nuestro alrededor está exenta de la injerencia política. Es fácil tirar la piedra desde el balcón. Una experiencia es jugar en la cancha y otra ver el partido de fútbol desde la tribuna. Desde allí se ven los defectos del jugador y las decisiones del árbitro. Recientemente, el vocalista de Maná, Fher Olvera, ha dicho: “… los ciudadanos tenemos los políticos que nos merecemos, pero debemos hacer algunas cosas ante ello. Por ejemplo, no quejarnos, sino inmiscuirnos pues al final son los políticos, con sus leyes, quienes van a administrar nuestro dinero…” La palabra “inmiscuirse” equivale a compromiso social, participación cívica y asumir el reto de vigilar la conducta y las decisiones de los gobernantes. No se trata solo de votar automáticamente, introducir la cedula en el ánfora, firmar el padrón e introducir el dedo en el pomo de tinta indeleble. El acto de votar va más allá de asistir tarde o puntualmente a los centros de votación. Implica una gran responsabilidad social y moral, pues le estamos entregando nuestra confianza al candidato para que, en nombre de todos los peruanos, resuelva los problemas que aquejan a millones de ciudadanos
Un candidato puede ser el mejor preparado, el más ilustre, culto, pero eso no es suficiente. No va a dirigir un equipo de fútbol o administrar una bodega pueblerina. Tiene que mostrar personalidad de líder democrático, competencias para actuar en medio de partidos y movimientos políticos en el congreso de la república. Escuchar las demandas de los ciudadanos es la clave para lograr empatía y apoyo para tomar decisiones.
La práctica de la violencia, el insulto artero, la intromisión perversa en la privacidad y el petardeo a través de las redes sociales empobrecen las elecciones, debilita la institucionalidad y la democracia y ahuyenta a ciudadanos probos y capaces para incursionar en la política. En cambio, el debate y la confrontación de ideas dan la impresión de candidatos que proponen, visionan, sueñan, planifican y se esfuerzan por ganar las elecciones. No hay candidatos pulcros, inmaculados, santos ni perfectos. Debemos tomar en cuenta, a la hora de votar, que los aspirantes sean ciudadanos correctos, trabajadores, responsables, gestores, que sepan empeñar la palabra y cumplir sus promesas.