En bien del país

Escrito por: Jorge Farid Gabino González

Escritor, articulista, profesor de Lengua y Literatura

Ante un panorama tan sombrío como el que nos presenta el escenario político de cara a balotaje, difícil no intentar encontrarle algún lado bueno, algún aspecto positivo, a tanta miseria, a tanto desatino, a tanto golpe bajo. Y es que, aun cuando resulta casi imposible sustraerse de lo que viene aconteciendo en el país como consecuencia de la preocupante polarización en que hemos caído los peruanos, a raíz de estar viéndonos obligados a tener que elegir entre dos candidatos que, en circunstancias normales, ni siquiera tendrían por qué andar quitándonos el sueño, lo cierto es que se hace necesario darnos un respiro, olvidarnos por un momento de que uno de los dos será, nos guste o no, el próximo presidente del Perú. Y pensar, más bien, en las cosas “positivas” que, aunque parezca mentira, podríamos sacar de todo este desbarajuste.

Hablamos, por ejemplo, del hecho de que ambos candidatos han afirmado en repetidas ocasiones que de llegar al poder, acabarán con la llamada ideología de género. Esa suerte de cáncer que, de un tiempo a esta parte, se ha venido apoderando, sin que nadie pueda hacer nada para evitarlo, de casi todas las instituciones del Estado, sobre todo en lo que toca a la comisión y difusión de aberraciones en el uso del lenguaje, las mismas que están terminado por llevarnos a un punto en que cada vez resulta más difícil reconocer el idioma en el que hablamos.

Así, tanto Pedro Castillo como Keiko Fujimori prometen que harán será ponerle un alto a las estupideces que en materia de uso de la lengua vienen llevando a cabo, por decir algo, instituciones de capital importancia para el desarrollo de la sociedad, como lo son los ministerios de Educación y Cultura. Instituciones estas que, casi sobra decirlo, deberían ser las primeras en dar el ejemplo de cómo debemos conducirnos en algo tan fundamental como el uso del idioma. Pero no. No ocurre así. Pues es bien sabido que son, precisamente las carteras en cuestión, las primeras en violar a vista y paciencia de todo el mundo las más elementales reglas de buen uso de la lengua. Y, lo peor de todo, es que no solo se limitan a incurrir en los mencionados despropósitos, sino que además se toman el atrevimiento de pretender que los demás hagan lo mismo, esto es, que hablen como ellos hablan, que escriban como ellos escriben.

Y que quede claro que aquí nadie está en contra de que tanto mujeres como hombres tengan las mismas oportunidades, lo que, hasta el momento, y como se sabe, infelizmente no ocurre. Por supuesto que tienen que tenerlas. Y para que ello ocurra, claro está, es imprescindible que el próximo presidente tome cartas en el asunto, a fin de que las brechas que hoy separan a unos y otras en aspectos tan cruciales como los concernientes, por ejemplo, a los derechos laborales, se reduzcan cada vez más, al punto de acercarnos, cuando menos en este aspecto, a países como Chile o Argentina, que nos llevan una más que indiscutible ventaja.       

Porque una cosa es que enarbolemos la bandera de la igualdad entre hombres y mujeres, esa igualdad que en sociedades verdaderamente desarrolladas ni siquiera tendría por qué ser materia de discusión, y otra muy distinta es que, amparados en esta, pretendamos mellar algo tan importante para toda sociedad, como lo es la lengua en que se expresa. Que es ni más ni menos lo que sucede cada vez que, creyendo que con ello se acabará con las terribles injusticias que se cometen en contra de las mujeres, desfiguramos las palabras con las que nos comunicamos, dizque para “visibilizarlas”.

En cualquier caso, confiamos en que, al menos en lo concerniente al punto de que se trata, gane quien gane tendremos cinco años (confiamos en que solo sean cinco, aunque con candidatos como estos nunca se sabe) en los que dejaremos de ver toda esa sarta de estupideces a las que en materia de uso de la lengua nos tienen ya acostumbrados los ministerios de Educación y Cultura. Ojalá.

Por lo demás, y como decíamos arriba, es esta una de las pocas cuestiones que nos despiertan cierta esperanza respecto de lo que el próximo presidente nos podría traer. Porque en todos los demás puntos, demás está decir que son pocas las ilusiones que nos hacemos. Y ello no porque no queramos, sino porque por más esfuerzo que uno haga, el resultado siempre es el mismo: preocupación por lo que podría suceder con el país una vez que este caiga en manos de Castillo o Fujimori. La culpa de que sea así, naturalmente, es solo de ellos, que por una u otra razón no han sido capaces hasta ahora de terminar con las dudas que sobre sí aún tiene la población.

Solo nos queda esperar que en los pocos días que faltan para el balotaje, los candidatos en cuestión estén en la capacidad de ponerse a la altura de las circunstancias, esto es, de dejar a un lado sus retorcidos intereses personales en bien del país.