El Hospital

Por: Andrés Jara Maylle
Así como la cárcel, la iglesia o la SUNAT, el hospital es, como dicen los viejos y los sabios, como la casa del jabonero, quien no cae, resbala. Y yo doy fe que ese sencillo dicho es totalmente cierto.
Quién no ha ido alguna vez a un hospital por un dolor de diente, una inflamación de amígdalas, unos mareos inusitados, una picadura de araña, una fisura leve, o un accidente casi casi mortal. En cualquier circunstancia en la que nuestra salud y nuestra vida corren riesgo, caeremos o resbalaremos inevitablemente hacia un hospital.
Antes de cumplir mis doce años, ayudando a mi padre en la construcción de un profundo pozo artesiano, la muerte infame que estaba detracito de mí, casi me sorprende. Caí a un pozo de quince metros de profundidad y lo último que recuerdo, antes de perder el conocimiento, es verme chapaleando en un lodo rojo por la cantidad de sangre que manaba de los muchos cortes, golpes y fracturas que tenía en el cuerpo. Entonces, me contaron luego, fui llevado de emergencia al Hospital Hermilio Valdizán, en donde desperté, ya curadito y con parches por todos lados, en una cama ancha, con sábanas blancas y con una bata que más parecía sotana de cura. A mi lado estaba una buena y comprensiva enfermera, también de blanco, quien cuando se dio cuenta de que abrí los ojos, solo atinó a decirme: “Tranquilito, tranquilito, niño. Ya todo ha pasado y estás vivo. Increíble.” Esta escena es el primer y más grave recuerdo que tengo del hospital que en unos días más lo derruirán para siempre.
De esto hace ya más de cuarenta años y el hospital ha sido el mismo, acaso con ligerísimos cambios. Pero en aquella época éramos cincuenta mil habitantes y hoy somos más de trecientos mil, de tal manera que ya era hora de que se construya, sí o sí, un nosocomio nuevo y a la altura de un pueblo como el nuestro (es un deseo, claro está).
Porque este escriba hubiese preferido mil veces que el nuevo hospital se edifique, en las afueras de la ciudad, en un espacio amplio, no menos de cinco hectáreas, con una proyección de cincuenta a más años al futuro. Y es que Huánuco seguirá creciendo y tugurizándose constantemente, y estoy seguro que aunque este nuevo hospital que va a construirse sobre el mismo espacio del antiguo, aun se levante de ocho pisos, en menos de veinte años habrá colapsado. Y otra vez estaremos con las mismas cantaletas de ahora. Lamentablemente, no tenemos interiorizado la cultura de la prevención y solo estamos pensando en el aquí y el ahora.
¿Quiénes son los culpables para todo esto? ¿Acaso las autoridades en periodos pasados o, incluso, las actuales? Fácil de colegir si viéramos quiénes firmaron los contratos o quiénes tomaron la decisión apresurada para que esa construcción se erija en un área de menos de diez mil metros cuadrados; es decir, más pequeño que el parque Amarilis, más pequeño que el huerto que heredé de mi padre. Tal vez como lo he dicho en varias ocasiones similares, los culpables somos cada uno de nosotros por indolentes y, sobre todo, por indiferentes.
En todos estos años hubo gente tendenciosa e interesada que ponía trabas y zancadillas para retrasar el inicio. El dilema de hacerlo en otro lugar más aparente o en el mismo sitio fue motivo de muchos dimes y diretes, solamente eso, (lamentablemente no hubo debates serios). Recuerdo, incluso, que miembros de una agrupación de amigotes despistados, y que decían defender los derechos de todos los huanuqueños, llegaron a convocar a una marcha para que no se derruya ese armatoste antiguo y colapsado, y hasta había gente, aparentemente seria, que le hacía coro. A esos niveles de decrepitud habíamos llegado.
Pero ante lo inevitable no me queda otra que decir lo que pienso. Y reitero, personalmente, hubiese preferido que el nuevo Hospital Hermilio Valdizán se construya en un lugar grande, con una infraestructura monumental, moderna y con capacidad para expandirse con el paso de los años, digna de un Huánuco que, muy pronto, cumplirá la friolera de quinientos años.
Pero con toda la buena voluntad de las actuales autoridades por dejarnos un flamante hospital, debo señalar que la nueva edificación solucionará los actuales problemas por un periodo corto, quizás diez o quince años, no más. Luego… ya sabemos lo que vendrá luego.
No tengo una bola de cristal para mirar el futuro, pero no hay que ser adivino ni brujo; tampoco quiero pasar como nefasto agorero ni heraldo de noticias aciagas. Solo digo o que pienso.
Hasta nunca jamás, viejo hospital que un día me cobijaste y me devolviste la vida. Adiós, recordada casa del jabonero.