Por: Arlindo Luciano Guillermo
Sin autoridad firme, sin reglas claras de convivencia, sin capacidad de negociación ni coherencia entre acción y discurso verbal cualquier institución pública y privada se sumerge irremediablemente en el caos, la anomia social y el deterioro moral. La disciplina es una estrategia de regulación de actitudes y aprovechamiento de fortalezas para, conjuntamente, lograr resultados y cumplir metas establecidas. En la institución educativa tiene que haber disciplina, orden y vigencia del principio de autoridad de modo democrático, con liderazgo motivador y ejemplar. No se puede exigir disciplina a los estudiantes, si los docentes y directivos no dan muestras de actuación coherente. ¡Ojo al guía!
La disciplina en la escuela es un problema serio, a veces inmanejable. La escuela es parte de una sociedad donde las instituciones van perdiendo credibilidad y la confianza de los ciudadanos. La indisciplina se acrecienta peligrosamente cuando las reglas no están claras y la autoridad del docente es frágil y vulnerable. El atrevimiento del estudiante avanza hasta donde se lo permite el docente. La permisibilidad es caldo de cultivo para la indisciplina. En esas condiciones, el aprendizaje encuentra una interferencia pedagógica y conductual que perjudicará a muchos y el desempeño del docente se frustrará.
El objetivo fundamentad del desempeño docente es el aprendizaje de los estudiantes y la formación integral, ética e intercultural, en el marco de la convivencia democrática, la tolerancia, la inclusión social y el respeto a la identidad cultural y lingüística. El componente regulador para la prosperidad o el desastre pedagógico es la disciplina. Ejercer la docencia (a pesar de la mejora salarial que oferta la Ley de Reforma Magisterial) es una tarea compleja, heroica, de mucha responsabilidad y compromiso social. Un plan de aprendizaje, que no considere a la disciplina como elemento regulador, fracasará porque los estudiantes, niños y adolescentes, están en proceso de estabilidad emocional y maduración sicológica. Una de las competencias del docente, según el Marco del Buen Desempeño Docente, dice: “Crea un clima propicio para el aprendizaje, la convivencia democrática y la vivencia de la diversidad en todas sus expresiones, con miras a formar ciudadanos críticos e interculturales.”
Con disciplina, el docente se desempeña sin interrupciones ni distracciones; los estudiantes aprenden, preguntan, socializan y comparten sin interferencias. Hoy la disciplina es transversal, democrática y concertada que privilegia la razón, la persuasión y el argumento antes que el castigo y la sanción inquisitorial. Una institución educativa no es un cuartel. No se debe confundir la disciplina castrense con la disciplina institucional y democrática. Los estudiantes no son soldados rasos ni los profesores sargentos instructores. La disciplina que suprime libertades y el pensamiento crítico es autoritaria, contraria a una educación democrática. Una de las expresiones infames del autoritarismo doméstico, político o institucional es la aplicación severa de la disciplina. Cualquier tirano siente alergia por la democracia, detesta los derechos políticos, suprime la libertad de expresión y manipula maquiavélicamente todo a su favor para perpetuarse en el poder y disimular el miedo a los ciudadanos pensantes y críticos.
La disciplina no se impone ni se predica con palabras. La disciplina entra por los ojos, cuando hay coherencia entre la exigencia y el respeto a la individualidad del ciudadano. La claridad de objetivos, el liderazgo democrático y la negociación determinan la efectividad de la disciplina. Eso sucede en la escuela, en la familia y en las instituciones. Las normas de convivencia deben ser socializadas intersectorialmente, ajustadas, sometidas a un plenario y, finalmente, exhibidas visiblemente para que todos estemos enterados de cómo actuar, cuáles son nuestras obligaciones, derechos y funciones.