Jorge Gabino González
Escritor, articulista, profesor de Lengua y Literatura
Que el hombre, que la sociedad, que el mundo todo ya no son los de antes (entendiéndose por “antes”, claro está, no ya lo ocurrido hace cien, doscientos o trescientos años, sino lo acaecido, por decir algo, hace apenas una década, hace apenas un lustro, ayer mismo incluso), es algo de lo cual a casi nadie le ha de caber la más mínima duda, independientemente del sexo que tenga, de la edad que posea o de la raza a la que pertenezca. Y ello porque hoy no se necesita ser nativo digital, millennials o lo que fuese a lo que se refieren algunas de las muchas pintorescas denominaciones acuñadas a estos efectos, para experimentar en carne propia el que la vida, como la hemos conocido desde siempre, ya no es más la misma, ya no puede ser más la misma. Situación que se la debemos, como tantas otras cosas en la actualidad, a la apabullante presencia de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación en nuestra vida cotidiana.
De hecho, asistimos a diario a un sinnúmero de cambios en materia de avances tecnológicos, que aun cuando lo “normal” sería que fuéramos de sobresalto en sobresalto, como consecuencia de ese cotidiano redescubrir de nuestro entorno, lo cierto es que son pocas las ocasiones en las que sucumbimos al desconcierto, a la desazón de no saber dónde nos estamos moviendo; y, si por alguna razón lo hacemos, sucede esto con cada vez menor regularidad, que casi no vale la pena ocuparse de ello. Es más, diríase que vivimos tan pendientes de la suscitación de los referidos cambios, que llegamos al extremo de que lo que nos mueve a sorpresa no es, como sería lo esperable, el sobrevenir de estos, sino más bien su ausencia, esto es, el que no ocurran con la regularidad con que asumimos que deberían acontecer. Con lo que se confirma la paradoja de que mientras más nos enfrentamos a lo “nuevo”, a lo “extraño”, a lo “desconocido”, menos nuevo, menos extraño, menos desconocido se nos hace.
Como sea, si hay algo que resulta indiscutible en cuanto a lo anterior, es el hecho de que por más habituados que digamos estar ya al referido estado de cosas, lo cierto es que jamás nos encontraremos del todo preparados para afrontar los cambios a que de ordinario nos vemos sometidos. Lo que nos plantea cada día nuevos y cada vez mayores retos; entre los que destaca sin lugar a dudas el de desaprender muchas de las cosas que a lo largo de nuestra vida hemos ido adquiriendo, hemos ido aprendiendo. Con la precisión de que ese “desaprender” de que se trata no implica, en modo alguno, y como sostiene más de un desavisado, el tener que “arrancarnos” de cuajo cierto aprendizaje que hayamos podido adquirir en un determinado momento, a fin de poder, luego, sustituirlo por otro que responda mejor a las nuevas circunstancias que nos rodean.
Vale la pena puntualizar, en tal sentido, y en aras de no continuar sumando en favor de la generación de una mayor confusión, que el “desaprender” a que nos referimos, ese “desaprender” del que nos queremos ocupar y que tanto necesitamos practicar en la actualidad, habida cuenta de los cambios de toda índole a que nos enfrentamos día a día, no es otro que el que alude a la facultad humana de “olvidar lo que se había aprendido”; pero “olvidar” no en el sentido de “dejar de retener en la mente algo o a alguien”, situación, por lo demás, rayana en lo imposible, sino en el de “dejar de tener en cuenta algo”, que es, valgan verdades, de lo que aquí se trata: de ser capaces de aceptar lo “desconocido”, incluso cuando pueda poner en tela de juicio a nuestras más arraigadas creencias.
Así, se asumirá el “desaprender” como la acción en virtud de la cual se dejará de lado aquello que se tuviese por aprendido (y que podrá ser, según la naturaleza que posea, tanto el más acabado de los conocimientos como la más trivial de las creencias), y se lo reemplazará por otra cosa que hubiese llegado para ocupar su lugar, y que según las circunstancias habrá de ser, por lo menos es lo que se espera, mejor que lo que venga a reemplazar. De ahí que, si teníamos por cierto, por decir algo, que el e-learning sería el que caracterizaría a la nueva forma de aprender durante un buen número de años, pues ya va siendo tiempo de que dejemos de pensar así, ya que es hoy el u-learning el que se perfila como la nueva manera de acceder al logro de aprendizajes de calidad, y quién sabe hasta cuándo. Por lo pronto, el reto está planteado: o aprendemos a desaprender, o nos vamos derechito al carajo, que estos nuevos tiempos no están para andar brindándoles licencias a nadie.