Jorge Farid Gabino González
Es una lástima tener que admitirlo, pero ha quedado demostrado que los mentados cambios destinados a la mejora de la calidad del servicio educativo en la Educación Básica Regular de nuestro país, propuestos hace poco más de diez días desde la cartera del ministro Daniel Alfaro, habían sido erigidos, como ha sucedido ya en anteriores circunstancias, y como lamentablemente parece haberse hecho costumbre en nuestro país, teniendo como sólidos y confiables pilares a la incuria, a la negligencia, a la dejadez, a la improvisación. La prueba de lo antedicho la hallamos en la vergonzante marcha atrás realizada por las autoridades del Ministerio de Educación, respecto de la implementación del nuevo sistema de calificación de los aprendizajes de los estudiantes, que a partir de marzo del presente año debía haberse comenzado a aplicar en el Nivel Secundaria.
Dicho recular por parte del Minedu se dio, es bueno tenerlo en cuenta, aunque a sus funcionarios, claro, les cueste admitirlo, por la simple y sencilla razón de que no estaban preparados para llevar adelante tamaño cambio, con todos los trastoques que ello implicaría tanto en estudiantes como en profesores, y en tan cortísimo tiempo además. Como se recordará, lo que pretendía el Minedu hasta hace poco era que a partir de marzo todo el Nivel Secundaria pasará a ser calificado haciéndose uso de letras: LMS (Logro Muy Satisfactorio), LS (Logro Satisfactorio), LB (Logro Básico) y LI (Logro Inicial). Nomenclatura que no solo difería sustantivamente de la que se viene utilizando en los niveles de Inicial y Primaria, y sobre la cual, se supone, debería darse la continuación, sino que además, como ya apuntamos en otro momento, incurría en flagrantes y estúpidas contradicciones.
Pues bien, y sea por las razones que fueran, lo cierto es que a nuestras más altas autoridades educativas no les quedó más remedio que dejar sin efecto los cambios inicialmente anunciados; con lo que, según se deja ver en la Resolución Viceministerial que se ocupa del asunto, durante el presente año solo se aplicaría la calificación literal a los estudiantes del primer grado de Secundaria, y esta sería, como en Inicial y Primaria, AD (Logro Destacado), A (Logro Esperado), B (En Proceso) y C (En Inicio), dejándose de lado, se entiende, la huachafería aquella de LMS (Logro Muy Satisfactorio), LS (Logro Satisfactorio), LB (Logro Básico) y LI (Logro Inicial).
Errar es de humanos, dirán algunos. Y puede que tengan razón. Lo que no cabe aceptar, de ninguna manera, es que cada vez que a alguna eminencia de la educación en nuestro país, vale decir, a algún ministro (o, mejor, exministro) enquistado en el Minedu, le dé por “ensayar” en las aulas lo sugerido por uno de esos sesudos “consultores en temas educativos” que abundan en América Latina, y termine, a las finales, cagándola olímpicamente, solo dé marcha atrás, y se acabó, que aquí no pasó nada. Como diría un célebre payaso de nuestra política peruana: «tampoco, tampoco».
Las consecuencias de las decisiones que se toman en los más altos niveles de la administración pública son, como corresponde, también altas. La pregunta es: ¿quién será el responsable de los miles de soles que han de haber costado las consultorías realizadas a efectos de llevar a la luz la ahora descartada propuesta de calificación del Minedu? ¿O es que dichas consultorías habrán sido, quizá, ad honorem? Porque habrán de saber que concebir, desarrollar y llevar adelante una nueva propuesta de calificación de los aprendizajes de los estudiantes, al nivel al que el Ministerio de Educación pretendía realizar, no es algo que se le pueda encargar a cualquier hijo de vecino. Es menester contar con todo un equipo debidamente calificado. O eso es lo que se espera, en todo caso. Pues, y para darle al César lo que es del César, tampoco se trata de desmerecer los muchos méritos intelectuales que habrán de haberse precisado para concebir aquello de Logro Inicial, que no poco dinero ha de haber costado.
Pero dejemos la cuestión pecuniaria a un lado, que dinero es lo que le sobra al Estado peruano, sobre todo si es para invertirse en el sector educación. Y centrémonos, mejor, en las consecuencias sociales que a buen seguro habrán de sobrevenir como consecuencia de esta ya costumbre de recular de nuestras autoridades educativas. El pronóstico es simple pero certero: al paso que vamos, llegará el día (claro, si es que ya no ha llegado) en que ya nadie los tomará en serio. Ni profesores ni estudiantes ni padres de familia.