Por: Alindo Luciano Guillermo
El último acto de la violencia, si no se pone freno, contra la mujer es el feminicidio. El varón, cegado por los celos, la impotencia y el despecho total mata a la esposa, enamorada, novia, expareja, exesposa. La ley castiga, pero nada resucitará a esa mujer que ya está en bajo tierra o dentro de un nicho. Hijos en orfandad, asesino en la cárcel, familias desgarradas por la tragedia, la sociedad estupefacta, la amenaza sigue latente. Para que las mujeres no sean asesinadas por el varón no basta enviar un mensaje de castigo severo y cadena perpetua para el criminal.
La cultura de equidad de género tiene que entrar en la cabeza del varón y de la sociedad machista. La mujer como el varón tiene las mismas posibilidades y oportunidades. Uno no es más que otro. El respeto a la inteligencia, el talento y las competencias que posee la mujer se tienen que reconocer visiblemente en todos los escenarios sociales. Mientras exista el machismo, actitudes machistas, gestos machistas, cultura machista, la sociedad seguirá viendo (y considerando) a las mujeres como un rival o un enemigo del varón. El machismo es una de las expresiones brutales, salvajes y riesgosas en la sociedad actual, que pone en riesgo la equidad de género, la integridad física y emocional de las mujeres y de la familia. El feminicidio transforma radicalmente la vida de la sociedad y de la familia. El daño es irreparable, que, seguramente, demorará mucho el resarcimiento y la recuperación emocional.
La mujer no es propiedad del varón. El esposo, con el matrimonio, no compra una esposa, que debe estar a su servicio, bajo su control, su mandato y su poder. Las mujeres casadas o solteras gozan de total libertad, toman decisiones propias para estar con quien les dé la gana, compartir su vida con quien crean conveniente. Hoy nadie elige la pareja de ninguna mujer. La familia respeta las decisiones de las mujeres cuando eligen pareja, una carrera profesional, separarse o vivir solas. La cultura de equidad de género se basa, principalmente, en el ejercicio de la libertad, la igualdad de oportunidades, el respeto a los derechos de los ciudadanos, sean mujeres o varones. No existe una razón para asesinar a una mujer, sea profesional, ama de casa, frutera, prostituta, pepera, ambulante, vendedora de comida o cual sea la ocupación que desempeñe.
Ponen los pelos de punta las cifras y casos que presenta el diario el Correo (13-03-16. Pág. 2). Dice: “Del 2009 al 2016 a nivel nacional, 824 mujeres, entre ellas 317 menores, fueron víctimas de feminicidio. Y en Huánuco son 32 los casos, el último una adolescente con seis meses de gestación fue estrangulada por el padre de su hijo”. El informe de la periodista Alicia Fretel pone en tapete el problema aún no resuelto: más mujeres son asesinadas por varones (parejas, exparejas, amantes, novios, etc.). El caso de Caty Morales Gonzales es emblemático por la brutalidad de la agresión física, con secuela irreversible. El agresor es el padre de su hija, quien desató su furia de depredador porque le pidieron manutención, que es obligación moral e irrenunciable de todo padre biológico. La secuestró y torturó salvajemente. La encontraron agonizando, sobrevivió, pero jamás volverá a ser la Caty de antes. El agresor está prófugo de la justica. La impunidad es el caldo de cultivo para el feminicidio.
Otelo, tragedia de Shakespeare, relata, precisamente, un feminicidio por indicios de infidelidad y celos desenfrenados, en el contexto de intrigas políticas y luchas por el poder. Yago está enamorado de Desdémona, pero esta, finalmente, se casará con Otelo, un militar moro en Venecia. Yago corre el rumor de que Desdémona está interesada en Casio, lugarteniente de Otelo. Yago intriga. Casio visita a Desdémona para recuperar el puesto de lugarteniente que Otelo se lo ha quitado. Otelo no ve la situación en ese sentido. Vigila, siente celos. Piensa que Desdémona lo engaña con Casio, pues cuando le pide el pañuelo que le había obsequiado no lo tiene a la mano. El pañuelo es encontrado en la habitación de Casio. Yago aprovecha este momento para crear suspicacias en Otelo, quien cegado por los celos, estrangula a su esposa. Luego se suicida al saber que todo ha sido planificado por el perverso Yago.
DESDÉMONA. —¡Y tened piedad también vos! No os he ofendido jamás en mi vida; nunca he amado a Casio, sino con esa estimación corriente que autoriza el cielo. Nunca le di presente alguno.
OTELO. —¡Por el cielo, he visto mi pañuelo en sus manos! ¡Oh, mujer perjura! ¡Cambias mi corazón en piedra, y vas a hacerme cometer un asesinato, cuando me proponía un sacrificio! ¡Yo vi el pañuelo!
DESDÉMONA. —Lo habrá hallado entonces. Yo nunca se lo di. Haced que venga y que confiese la verdad.
OTELO. —La ha confesado.
DESDÉMONA. —¿Qué ha confesado, mi señor?
OTELO. —Que se ha… servido de ti.
La educación juega un rol fundamental en la difusión de una cultura de equidad de género, respeto a la vida de las mujeres y el ejercicio de la libertad para tomar decisiones. Las mujeres asesinadas ya no están aquí. La sanción ejemplar a los criminales no puede esperar meses ni años. Las leyes están para aplicarlas, muchas mujeres siguen expuestas al maltrato, al abuso y a las posibilidades de ser asesinadas en cualquier momento. En casa las hijas no son menos que los hijos. Ambos merecen las mismas atenciones y oportunidades. El varón no es más que la mujer ni viceversa. En la familia, para vivir feliz, satisfecho y estable no basta tener bienes, propiedades, ingresos salariales suculentos, sino debe imperar el respeto, la comunicación y el bienestar común. Se mata mujeres no solo en Perú, Huánuco, sino también en Méjico, Guatemala, Argentina, Ecuador, Chile. El feminicidio visibiliza la brutal discriminación de género contra las mujeres. El feminicidio es un problema grave, latente, que no se le debe ignorar ni postergar. La ley sanciona con 35 o más años, incluso a cadena perpetua, pero el mal sigue allí como un ladrón en la oscuridad, presto a dar el zarpazo fatal en el momento menos esperado.