CONOCIMIENTO E IDENTIDAD

Por: Arlindo Luciano Guillermo

Media mañana, sábado, plazuela Santo Domingo, cerca del “árbol del amor”.  Escuché que el adolescente le decía, casi susurrando, a su padre, distraído con el celular, que se había encontrado una “santarrosita”. Pensé de inmediato en la avecilla, del tamaño de un puño cerrado, íntegramente de negro, excepto el pecho blanco, semejante al hábito religioso de Santa Rosa de Lima. Recordé los primeros versos de Yo soy un Pillco Mozo de Isaac Villanueva: “Vuelan las golondrinas sobre el tejado de mi ciudad”. El muchacho quería decirle a su progenitor que se había encontrado un billete de 200 soles, donde destaca, precisamente, la efigie de Santa Rosa de Lima. Así que “santarrosita”, en la jerga popular, en el lenguaje no académico y callejero, es 200 soles, 200 mangos, 200 lucas, dos ferros; es decir, dos Pedros Paulet, dos Jorges Basadre o 20 Chabucas Granda. En las elecciones, el sufragante no menciona al partido político por el que votará, sino el símbolo al que representa: el trencito (Avanza Perú), el lapicito (Perú Libre), la lampa (Acción Popular), la K (Fuera Popular). Esa es la extraordinaria flexibilidad de la lengua que nunca está quieta ni estática, sino audaz, atrevida, transgresora, dinámica y cambiante.    

Huánuco tiene algunos símbolos concretos, vigentes y empoderados en la memoria colectiva. No necesariamente hay que hacer obras faraónicas ni de envergadura, escribir libros, componer canciones, crear empresa y generar empleo para contribuir con la grandeza y el bienestar de Huánuco; basta con las actitudes honestas, ser ciudadano ejemplar, respetuoso, emprendedor, practicante por convicción de las tradiciones y costumbres, conocedor de la historia, la geografía, la literatura escrita y oral, los recursos turísticos, valorar el esfuerzo y aporte de huanuqueños que pusieron su talento al servicio de Huánuco, que hoy son paradigmas y orgullo. De las obras “de fierro y cemento” se encargan los gobernantes, pues para eso son elegidos en las ánforas; si lo hacen con efectividad y honestidad mucho mejor. El chovinismo a ultranza y el fanatismo de “lo propio” son aberraciones ideológicas y culturales muy peligrosas y nocivas para el progreso de los pueblos. La “autarquía cultural” es un absurdo sociológico. Las culturas son entidades vivas y cambiantes, por tanto, sujetas a un ciclo vital: se nutren, difunden y reciben aportes de otras culturas. Hoy es casi normal ver en una fiesta patronal en Huánuco coexistir amigablemente al ayhuallá con la tunantada y la chonguinada. Se ama lo que se conoce, quiere y siente. Quien no tiene raíces culturales es una pluma que transporta el viento a su antojo.  Exagero si digo que amo a Huánuco, como sí lo hace Andrés Jara, pero la aprecio porque aquí nací, viví, crecí, escribo, trabajo, me hice profesor, me casé y tengo hijos; yo estoy seguro (y de eso no me corro) que mis huesos van a descansar hasta convertirse en polvo gris. En mi epitafio leerán: “Amó, vivió y se jodió”. Mario Malpartida, Luis Mozombite, Ewer Portocarrero, César Seijas, Clorinda Barrionuevo, Gino Damas y otros llegaron a Huánuco y echaron raíces.  

Huánuco tiene salidas y entradas por los cuatro puntos cardinales, se viaja por aire y tierra. De las ocho regiones naturales de Javier Pulgar Vidal, Huánuco tiene siete; solo falta mar. Huánuco tiene otro rostro desde hace unos 30. La presencia de foráneos enhorabuena (pasqueños o estudiantes de las universidades por ejemplo), desplazados por la violencia política (1980-1992), migrantes de las provincias occidentales, inversiones privadas de gran impacto, la natural expansión urbana desordenada y el crecimiento demográfico han hecho de Huánuco una ciudad cosmopolita, con universidades, conglomerados urbano margínales, distritos pujantes, centros comerciales, pero también con grandes carencias ciudadanas, institucionales, de conectividad, de redes viales, servicios básicos. Huánuco no es una isla ni una comunidad independiente dentro de otra mayor. 

Huánuco tiene lo suyo. Si Piura tiene a Miguel Grau, exhibimos a Leoncio Prado, hijo del Mariano Ignacio Prado, dos veces presidente del Perú (1866,1879) cuya salida del Perú fue un garrafal error político cuya factura aún persiste; no ostentamos un Machu Picchu, pero flamean Kotosh, Garu, Huanucopampa, los rascacielos de Tantamayo, las cuevas de Lauricocha donde vivió el hombre andino; se festeja la fiesta más larga del calendario religioso: los Negritos, desde el 24 de diciembre del año anterior hasta el 20 de enero del siguiente; en gastronomía estamos en las ligas mayores con la pachamanca, el locro de gallina y el picante de cuy incomparables; posee tres cuencas hidrográficas gigantes: Huallaga, Marañón y Pachitea; el Señor de Burgos tiene multitud de feligreses y convocatoria como el Señor de los Milagros, Ayabaca, Luren o de Muruhuay; el Club Social León  Huánuco despierta pasión y lealtad como el Alianza Lima, la U o Sporting Cristal; en Huánuco se dio el primer grito de libertad (diciembre de 1820) y la rebelión anticolonial de mayor trascendencia en 1812. El 30 de noviembre se celebra en Huánuco el Día de la Canción Huanuqueña, un “timing cultural y social” que congrega a ciudadanos diletantes y cultores de la música tradicional huanuqueña. Huánuco es eso y más. Se acercan las elecciones, los candidatos, sin vergüenza, exclamarán. “Amo a Huánuco, quiero servirla”. Parafraseando a José Varallanos diríamos: “Dime si conoces Huánuco y te diré si eres huanuqueño”.  

Huánuco en el 2039 cumplirá 500 años de fundación española. Desde ahora debemos preparar este medio milenio de historia, trajines fatigados, desilusiones y grandes oportunidades. Nadie va a refundar Huánuco, pero sí darle un destino digno y justo por la ruta de la equidad, la justicia social, la integración y el progreso sostenible, con identidad y pertenencia comprometidas. Esa debe ser la visión. Creo que aún estaré vivo para este acontecimiento histórico; ya fui testigo del bicentenario.