Por Jacobo Ramirez Mayz
Un día mi madre me dice que me siente a su lado. Mientras miraba en el televisor su novela favorita, y sus dedos hacían girar su puchca, comenzó a contarme que antiguamente a los de Acomayo les decían aqu pachas (porque parte de la tierra de ese pueblo es arenosa). Pero ese apodo desapareció desde que comenzaron a hacer la carretera a Tingo María. Para dicha obra, llegaron personas de diferentes lugares. Una de ellas se enamoró de una joven acomayina. Como el joven se encontraba la mayor parte del día en el trabajo, y en algunas oportunidades no regresaba a casa durante casi toda la semana, comenzó a sentir celos. Más todavía cuando sus amigos le contaron que esa señorita era medio coqueta. Entonces, sintiéndose más inseguro que nunca, una mañana, antes de irse a trabajar, desvistió a su esposa y, como quien pone al un piercing, le puso un candado en sus partes íntimas. Después se marchó.
La chica no se quedó tranquila, y contó a sus familiares lo sucedido. Inmediatamente después, fue trasladada al hospital Hermilio Valdizán, para que sea intervenida. Como era un caso nunca visto, los médico no sabían qué hacer. Hasta que a uno de los galenos se le ocurrió llamar al único llavero que existía en ese tiempo. Como en aquel entonces no existía amoladora para cortar el candado, el cerrajero fue con su pata de cabra, para palanquear el candado. Mi madre me dice que oyó a muchos hablar que ese fue el mejor candado que abrió el susodicho.
Después de opinar sobre un personaje de la novela que está viendo, mi madre me dice que a los de Chullqui les decían shegui huarapo, porque hacían esa bebida chancando la caña, y les salía aguada, con poca azúcar. Pero por un hecho que pasó en el pueblo comenzaron a llamarlos aya sipuq. En cierta oportunidad, una mujer joven había muerto. La primera noche del velorio, los familiares y amigos estaban chacchando junto a la difunta. Casi a la medianoche, el viudo pidió a todos los que lo acompañaban que por favor salieran de la habitación donde estaban velando a la señora, porque iban a cambiarle de ropa, y dejarla lista para el entierro. Fuerte fue la sorpresa cuando un vecino decidió ingresar a la habitación para ayudar a su amigo, y lo encontró encima de su mujer. Yo, como no entiendo esas cosas, le pregunté a mi mamá qué estaban haciendo. Y ella, medio incómoda, me dijo: «Le estaba montando, pues, sonso». Desde ese día, apodaban a los chullquinos aya sipuq.
Entonces le pregunté cómo les dicen a los churubambinos, y me dijo que ellos eran los rani caldo, ya que existía un poblador que vivía con tres mujeres en su misma casa, e increíblemente ellas hasta se turnaban para cocinar y cumplir con los quehaceres de la casa. Y lo mejor de todo es que no se peleaban entre ellas. Por eso era admirado por sus demás paisanos, los mismos que querían saber cómo lo hacía. Un día, mientras tomaba unos tragos con sus amigos, se pasó de copas. Aprovechando su estado, un amigo le preguntó cuál era la receta para poder tener hasta tres mujeres en la misma casa sin que se pelearan. Entonces él les contó que cada mañana, antes de que ellas se despertaran, él reunía el agua para que sus mujeres prepararan la sopa. Y en ella él se lavaba los genitales para después hacerles tomar. Era eso lo que las tenía tranquilas, domesticadas.
También me contó que a los de Cascay los apodaban Uray punku, porque en ese pueblo la mayoría de las casas, incluso la iglesia, tienen sus puertas con dirección al río. Mientras que a los del Valle, que eran conocidos como qoto valle, les cambiaron el nombre por el de kuran wiruq, porque en una oportunidad unas señoras que habían tomado más de la cuenta fueron a la iglesia y le metieron golpe al cura sin razón alguna, supuestamente. No contentas con ello, sacaron las imágenes de la iglesia y las quemaron en el espacio donde ahora está la plaza.
Después de que terminó de contarme todo eso, me dijo que no me olvide esos apodos. Y como yo tengo memoria de perro, decidí escribirlos.
Las Pampas, 04 de octubre de 2023