Hay muchos docentes; pero, pocos maestros. No es lo mismo transferir conocimientos, que dejar huellas impresas en la vida, memoria y conciencia de los estudiantes. ¿Quién recuerda las clases de geografía, literatura o aritmética cuando estudiante de primaria o secundaria? Tal vez se quedaron en el 05 o el 20 del examen bimestral o se han extinguido lentamente como un escupitajo expuesto al sol del mediodía, pero no contribuyen para resolver problemas diarios, enfrentar inteligentemente conflictos, ejercer el autoconocimiento y el pensamiento crítico en la sociedad donde vivimos. Primer deslinde: el docente enseña cursos; el maestro, con esos cursos, educa y entrena para la vida.
El desempeño docente exige responsabilidad social, ética y generacional. En las manos del docente está el destino de los estudiantes. El aprendizaje es el termómetro más visible para saber si hay o no efectividad en la enseñanza. El docente no brilla por la corbata, el terno o la camisa, sino por el logro de los aprendizajes. Si a eso se suma liderazgo, confianza y credibilidad, el aprecio de la comunidad, los padres de familia y los estudiantes enaltecerán el trabajo del docente. Entonces se ha convertido en maestro.
Hoy el docente no puede huir ni esconderse del dominio de la meritocracia, el estudio permanente y la evaluación constante para permanecer en la carrera magisterial o ascender de escala. Los salarios dependen del docente, no del Estado. Si un docente quiere ascender de escala tiene que dar examen. Un docente bien preparado responde a las expectativas y necesidades de la comunidad y de los estudiantes. No basta llevar la sesión de clase, conocer contenidos, sino también es imprescindible motivar, estimular, despertar interés por el estudio y el aprendizaje. Cuando un estudiante bosteza es un indicio visible que, pedagógicamente, algo anda mal. No podemos echar la culpa solo a la desnutrición crónica, la anemia, la parasitosis y malos hábitos de alimentación. El docente es un artista cuando cuenta historias, anécdotas y experiencias; un mago que de la nada hace aparecer materiales educativos, inventa, en el momento, recursos didácticos y convierte la curiosidad en aprendizaje; un pedagogo por excelencia, que educa, enseña, orienta con afecto, respetando las diferencias y orientando correctamente al estudiante; un crítico reflexivo que deja opiniones y puntos de vista en el aula como una muestra de la libertad de expresión.
No todos los docentes trabajan en la ciudad. Otros (miles) enseñan en las zonas rurales cercanas y recónditas. Caminan 2, 3 o más horas para llegar a la escuela. Hay docentes en Shapray, Santa Virginia, Pajchaj, San Buenaventura, Pachachín, Raincóndor, Paraíso, Semuya, Quillabamba, Mosca y decenas de centros poblados de la región Huánuco. Ellos, a pesar de la distancia, el alejamiento de su tierra y familia, soportando el friaje, los escasos recursos educativos, enseñan con vocación de servicio, responsabilidad y entusiasmo. Para ellos no hay mayor satisfacción de que los niños lean, entiendan lo que leen, resuelvan problemas matemáticos y se sientan felices en la institución educativa. Estos docentes (y muchos maestros) son verdaderos “héroes de la educación”. Superan obstáculos, adversidades, problemas de pobreza material, exclusión social y lejanía geográfica; sin embargo, logran aprendizajes. El deber del docente es trabajar más de lo que exige el horario diario. Un minuto con los estudiantes es valioso; escuchar a los padres de familia es articular esfuerzos y compromisos, que se reflejarán en la educación integral del estudiante.
El maestro es el buen pastor de la parábola de Jesús. Da su vida, su tiempo, su talento, su edad, su sabiduría, sus conocimientos a los estudiantes. Él docente por enseñar no pide nada a cambio. Sabe que lo hace por vocación y responsabilidad. El maestro educa ciudadanos autónomos, libres, con habilidades sociales y verbales, con competencias para tomar decisiones, actuar con prudencia, salir de la adversidad con inteligencia y resiliencia. El maestro vive eternamente en la memoria de los estudiantes y en la gratitud de los pueblos. Todo aquel que sabe leer y escribir tuvo a un docente a su lado, enseñándole con paciencia, afecto y paciencia. El docente transmite conocimientos para dar exámenes óptimos e ingresar en la universidad. Ahí se extingue su existencia profesional. El maestro sobrevive al tiempo, a la ingratitud. La felicidad y el éxito de los estudiantes es el éxito y la felicidad del maestro.
Una tarea pendiente (que felizmente se va atendiendo) es la valoración de la carrera pública magisterial. El docente no puede ser visto como el profesional en la cola de prioridades, atenciones y consideraciones. Es tan igual como el ingeniero, el abogado, el administrador o el empresario. Solo los diferencian las actividades y el objetivo del desempeño. La meritocracia ubica al docente en el sitial que le corresponde en la sociedad. Los docentes tienen que ir al aula preparados académica, emocional y metodológicamente, con entusiasmo, con herramientas y estrategias de motivación para involucrar a los estudiantes en los aprendizajes esperados y necesarios. Otra tarea, que no se debe descuidar ni bajar la guardia, es la formación profesional de docentes en las universidades e institutos pedagógicos. Allí es donde deben prepararse con idoneidad para incorporarse en el ejercicio de la docencia y alcanzar los más altos desempeños y aprendizajes. Al docente competente se le conoce en el aula, donde trabaja con estudiantes, instrumentos pedagógicos y materiales educativos para lograr aprendizajes, formar el carácter y la personalidad de los estudiantes. El problema salarial ya no depende del Estado, sino de los méritos profesionales del docente. Los sueldos ya no aumentan por huelgas, paros ni presión política.
Para la Ley N° 29944, Ley de Reforma Magisterial (2012), artículo 4, el “profesor es un profesional de la educación, con título de profesor o licenciado en educación, con calificaciones y competencias debidamente certificadas que, en su calidad de agente fundamental del proceso educativo, presta un servicio público esencial dirigido a concretar el derecho de los estudiantes y de la comunidad a una enseñanza de calidad, equidad y pertinencia. Coadyuva con la familia, la comunidad y el Estado, a la formación integral del educando razón de ser de su ejercicio profesional.” Hoy en el Perú no hay docentes nombrados ni contratados sin título pedagógico, que es el primer requisito para concursar e incorporarse al magisterio. El ejercicio de la docencia exige responsabilidad, altos desempeños y contribución con la educación integral de ciudadanos. Gratitud, aprecio y respeto a los docentes que diariamente se esfuerzan por enseñar mejor para lograr aprendizajes de calidad.