Por: Iraldia Loyola
(Tercera parte)
Después de haber caminado 9 kilómetros en 6 horas el día anterior. Hoy nos levantamos a las 6 de la mañana para tomar desayuno y seguir la marcha hacia el Abra Portachuelo. A dónde debemos llegar antes de que los rayos del sol alcancen la comunidad de Tambo de Vaca.
Aquí todos despiertan temprano, desde las 3 de la madrugada se preparan para salir al campo. Las madres, que amablemente nos recibieron, nos han preparado el desayuno y comida para el camino. La helada de anoche ha dejado los pastos y el agua congelados, en Tambo de Vaca hay mucho por hacer, sus niños corren en la pampa, suben los cerros y son felices, libres. Mientras el sistema educativo olvida que el tiempo pasa, ellos crecen y emigran por necesidad. Quedándose las comunidades cada vez más solitarias. Nos despedimos de nuestras anfitrionas pasadas las 7:30 de la mañana, buscando alcanzar la cumbre, apuramos el paso provistos de botellas de agua, comida para el camino y algunos dulces para alegrar la ruta.

Una hora y media después de subir la cuesta llegamos al Abra Portachuelo (el paso más alto de la caminata) ubicada en el flanco Oriental de la cordillera de los andes a 3700 m.s.n.m. aproximadamente. Inmortalizamos tal hazaña en fotos (porque uno no anda varias veces por el mismo camino, ni con los mismos compañeros de ruta). Frente a nosotros, la naturaleza nos ofrece un amplio panorama de la inmensidad de la selva. Atrás quedaron nuestros pasos en el sendero difícil, poco explorado en cuyas piedras podemos observar formas de vacunos y otros animales. Cuentan que hace muchos años aquí perdió altura un helicóptero del Ejército y cayó destruyéndose.
Iniciamos la bajada al caserío de Cushi, descendemos por un camino angosto y con peñascos, resultando un alivio llegar a la parte baja, al volver la vista atrás nos sorprende una figura pétrea de aspecto humano que representa a una parte de la población antiquísima.
La neblina que ha empezado a disiparse nos deja ver este bello panorama. El runa, le dicen los pobladores a una figura formada caprichosamente por la naturaleza de más de 200 metros de altura en la cumbre que acabamos de surcar. Como si este cerro alto hubiese servido de lienzo para pintar al habitante andino, oprimido y muchas veces olvidado. Nuestro camino sigue en descenso, por el bosque húmedo pre Montano a 3200 m.s.n.m., descubrimos diversos tipos de musgos, helechos gigantes, cruzamos microclimas y ecosistemas variados.
A promediar la una de la tarde el primer grupo alcanzamos Saria, en su planicie almorzamos charqui con papas nativas sancochadas. En adelante al retomar la caminata hay que pisar fuerte, el trecho no es seguro, al primer paso en falso el que no cae, resbala.
«Saria se halla a una elevación mucho menor que el Tambo de las vacas, es sin embargo, bastante frío, por hallarse en un lugar descampado y abierto, sin abrigo de ninguna clase contra el viento que sopla todas las tardes. De Saria continuamos bajando sobre una cuchilla muy inclinada, por un camino tortuoso. La vegetación iba aumentando poco a poco, y al llegar a Playapampa, donde se reúnen los dos arroyos que bañan las quebradas divididas por la cuchilla, el camino continúa con monte espeso en ambos lados», ha escrito Raymondi en su libro El Perú.

Ese camino tortuoso que llama él, consta de 92 curvas en descenso. A muchos compañeros se les ampollo los pies, las piernas flaquearon y el líquido elemento vital se nos acabó a mitad del camino. Sin embargo, había que seguir, aquí no hay ambulancia, SAMU o bomberos que nos acudan. La espesa selva solo nos permite ver el camino hacia adelante.
A mitad de las curvas y con mucha sed alcanzamos a oír el sonido del río, lo sentimos tan cerca que al voltear la siguiente curva vimos a lejos nuestra próxima parada. Nos faltaba muchas horas más de camino río abajo.