Yeferson Carhuamaca
Los vientos envuelven con su manto polvoso los rostros de las gentes de la ciudad en agosto, la lluvia es ausente y los habitantes solo miran al cielo iluminado o al río Huallaga de aguas mansas, mientras van buscando, quizás así sea, una respuesta y es que en agosto siempre puede haber una esperanza.
El viento recorre de norte a sur, de este a oeste, da una vuelta por Ambo y regresa sobre las aguas del Huallaga, el viento pone a bailar los árboles y sus hojas secas mojan el río con su colorido otoñal, a pesar de estar en invierno. Este aire sigue su camino y llega a la ciudad, recorre plazas, iglesias antiguas, jirones casi olvidados, cementerios, se mete en los huecos de las pistas o del oloroso drenaje que ventila con su aliento de putrefacción los mercados y las narices de cuanto transeúnte llegue por ahí.
Los vientos vagan por la ciudad, el polvo es un fiel compañero. Navega por ahora en las aguas del Higueras, donde gracias a él dan vueltas las innumerables botellas que yacen en sus aguas, además de las bolsas que como fantasmas de una noche terrorífica acechan las riberas y las bases del puente Tingo, mientras el sol desprende sus rayos entre los cerros en dirección a Kotosh. Acaso la esperanza de una ciudad limpia y sostenible no existe, y el viento trae las respuestas en diarios, que vuelan entre perros y mosquitos, de noticias olvidadas rápidamente, en ellas se leen las blasfemias de los cretinos políticos que siempre han hecho algo para sus ambiciones propias y no de la ciudad.
El céfiro que se levanta, recorre la laguna Viña del Río, donde en sus alrededores se asienta una feria que genera una congestión de automóviles, y que por usar las calles aledañas se levanta la polvareda que como nieve cae sobre las casas y gentes de Cayhuayna, Carrizales, a los jugadores y espectadores en el estadio Heraclio Tapia. Llega a pasar, este viento indomable, por las pelucas de las damas que se enmarañan los cabellos y reniegan a los mil infiernos, roba sombreros y gorras de los seplas del valle, quienes maldicen a sus genes heredados.
Y los vientos indescifrables recorren las calles del centro de la ciudad, choca contra las cadenas amarrillas que acompañan los baches y huecos de sus pistas, veredas, mientras un mercado viejo, esta más muerto que viejo, olvidado; llega a la plaza de Armas, donde juega con esos alargados árboles de antaño, donde algunas aves han visto muchos amaneceres en una cierta libertad, y el viento juguetón, corre hacia la alameda de la República donde silba con las hojas de los álamos que yacen ahí.
El viento solitario, recorre siempre estas calles, camina con sus paisanos, a veces se pregunta por qué no vuelan como cóndores osados y cuidan su nido, ese que los vio aprender a soñar, bailar, comer y deleitarse con su clima. Llega la noche, los cables de un poste de luces amarillas, tocan el viento que llega al puente Calicanto, donde se queda mirando la luna y la soledad, mientras su fugaz recorrido, pero a la vez eterno regreso, ansia una esperanza en la cuidad del León.