Ayer, la fiesta electoral se efectuó sin incidentes, excepto por la demora de la instalación de mesas de sufragio por la inasistencia de los miembros de mesa. Los electores acudieron masivamente a las urnas con mucho civismo, orden y tranquilidad, y se observó a muchos electores insatisfechos por el cambio de los lugares de votación y, para la mayoría, esta elección, por el sistema de mesas por apellidos, generó el desorden. Además, la poca cantidad de facilitadores de la ONPE y en algunos casos su falta de capacitación agudizó el desconcierto.
A pesar de haber vivido con zozobra una antesala de las elecciones por la gran cantidad de tachas presentadas contra diferentes candidatos, ya sea por repartir de dinero y otras dádivas para comprar votos, y por la lluvia de denuncias contra los candidatos o por las peleas internas entre candidatos de un solo partido, por fin ya todo ese pandemonio terminó.
La voz del pueblo, es la voz de Dios. Si este pueblo apoyó a un determinado candidato presidencial para pasar a una segunda vuelta, pues ese resultado no debe afectar o retrasar el progreso y la reactivación de la economía y la mejora de los programas de educación, salud e infraestructura, como agua potable y energía, sean accesibles a la población más necesitada.
El próximo presidente de la República debe continuar los programas sociales más importantes y replantear otros, sin olvidarse del apoyo a la pequeña y mediana empresa que son los motores del desarrollo.
Por otro lado, los únicos ganadores y perdedores somos nosotros mismos, si hemos elegido mal, lo más probable es que el beneficio, que se supone debe llegar al pueblo, solo llegará a los bolsillos del elegido, mientras que en un caso opuesto, que irónicamente no ha sucedido en los últimos treinta años, es que por fin las cosas empiecen a cambiar para bien del pueblo.
Lo ejemplar de esta jornada electoral fue la gran afluencia de muchos adultos mayores, de 70 u 80 años, que sin tener la obligación de votar, dieron un ejemplo de civismo y de cariño al país.