A LA MEMORIA DEL DOCTOR VIRGILIO LÓPEZ CALDERÓN

Por MARTHA RAMÍREZ MARTÍNEZ

Benditos los pueblos que como Huánuco, tienen hijos que los honran y exaltan. Más no es llorando la muerte de los grandes hombres, como se les honra mejor, es alegrándonos que hayan nacido bajo el signo de los seres que el destino señala entre sus escogidos, para redimir pueblos y forjar hombres de bien.

Tal es el caso del Dr. VIRGILIO LÓPEZ CALDERÓN, quien el 5 de junio de 1936 viera la luz primera en esta tierra de sol, de historia y de amistad. Fue hijo de don Virgilio E. López y de doña Grimanesa Calderón, noble y virtuosa dama huanuqueña.

Su niñez fue sana y tranquila, siempre tuvo la frente encendida con la chispa del saber y el corazón iluminado con mágicos destellos. Desde los primeros años de su juventud, puso de manifiesto su vocación de servicio y su predilección por la literatura, la herencia provenía de su progenitor, renombrado profesor que fuera director de la escuela primaria “Hermilio Valdizán” de Huánuco (ex Centro Escolar de Varones).

Terminados sus estudios secundarios en la Gran Unidad Escolar Leoncio Prado, promoción “Ramón Castilla y Marquesado” en 1958, partió a Lima ciudad capital del Perú, para seguir sus estudios superiores en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Facultad de Medicina–San Fernando, graduándose como médico cirujano. Se casó con la digna dama Elizabeth Weydert, con quien tuvo cuatro hijos formando una familia feliz.

Su amor por las letras “el amor de sus amores”, lo llevó a escribir muchos libros convirtiéndose en un eximio escritor, particularmente de cuentos, leyendas y tradiciones huanuqueñas, rescatándolas de la extinción para conocimiento de las nuevas generaciones. Celoso investigador literario, fino pintor autodidacta y destacado profesional médico, que hizo de la medicina un apostolado de servicio humanitario. Fue director del hospital de Huariaca y del hospital de Huánuco, además ejerció la docencia universitaria en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Huánuco Hermilio Valdizán, la misma que le otorgó el grado de “Doctor Honoris Causa”. La gran labor que desplegó, le sirvió para ganarse el aprecio, la admiración y el reconocimiento de toda la población, convirtiéndose en un verdadero paradigma de ciudadano probo.

Su muerte, el 2 de febrero de 2019 -HACE UN MES- lo llevó al oriente eterno, donde se le abrieron las puertas de la inmortalidad. Ahora, que ya goza de la inefable visión divina, desde más allá de las estrellas, desde algún lugar inmarcesible del cielo, donde moran las almas nobles, no dejará de alumbrar con intensa claridad, las oscuras sombras de nuestra orfandad, como el sol que después de haber desaparecido en el horizonte de los mares, dibuja todavía arabescos de luz en el espejo de las aguas tranquilas.

Quienes hemos tenido el insigne privilegio de trabajar a su lado, sabemos que nos incumbe el ineludible deber de valorar su obra. El no morirá nunca -está amasado con arcilla de eternidad-. La autocracia del tiempo jamás logrará que su memoria la hundamos en los marismas del olvido; vive y vivirá en nuestras mentes y corazones.

En su honor y reminiscencia, rogamos a Dios conceda a este su preciado hijo, la eterna PAZ Y GLORIA.