Por Jonathan Castro Cajahuanca
Al inicio del gobierno de Pedro Castillo en Perú, uno de los grandes temores era que este se consolidara como uno más de los regímenes autoritarios de izquierda de América Latina. A poco más de 100 días de gestión, los hechos, en cambio, dan cuenta que lo que se está cimentado es un gobierno precario, débil y caótico; un amateurismo con muchas tensiones internas que tiene al frente a una oposición conservadora que nunca digirió su derrota electoral y que, en un desprecio por la voluntad popular, espera el momento oportuno para intentar vacar al presidente.
Desde hace muchos años, el Perú está sumido en una larga crisis política. Pero en el aún breve gobierno de Castillo, los episodios escandalosos son más frecuentes y más diversos de lo usual. No ha habido ni una semana de calma por responsabilidad del propio gobierno. De hecho, su partido, Perú Libre, llegó al poder sin esperarlo, sin cuadros técnicos de alto nivel para ocupar los principales puestos del aparato público, ni mucho menos un plan de gobierno articulado. Por ello, construyó alianzas con agrupaciones de izquierda sobre la marcha de la segunda vuelta electoral, pero sin objetivos comunes claros. Y eso se nota ahora.
En el corto y mediano plazo, la relación con el Congreso —donde el oficialismo es minoría— se vislumbra crispada, y desembocará en una colisión que podrían ser intentos de destituir a Castillo, o que Castillo trate de doblegar a la oposición con medidas autoritarias. No hay elementos objetivos para pensar que el clima político mejorará y pasará a atender las urgencias necesidades dejadas por la pandemia.
La gestión de Castillo se puede dividir en dos períodos. El primero, con el radical Guido Bellido como primer ministro, fue arbitrario, confrontacional, carente de reflejos políticos y se caracterizó por la designación de funcionarios que no tenían capacidades o idoneidad para los cargos asumidos.
Pese a la presión en el Congreso, la bancada oficialista se mantenía unida y, junto a otras agrupaciones, tenían los votos necesarios para bloquear algunos ataques de la oposición, entre ellos la amenaza de la vacancia presidencial. Pero esa tensión en el frente externo causó estragos en el interno: Castillo y el líder de Perú Libre, Vladimir Cerrón, se distanciaron, y el segundo y sus seguidores empezaron a fustigar al primero para que retome las propuestas más radicales de campaña, como la convocatoria a una asamblea constituyente.
Los continuos excesos de Bellido le costaron el puesto, y Castillo dio inicio a un segundo período, en el que la exparlamentaria independiente, Mirtha Vásquez, asumió como primera ministra, a inicios de octubre. Su perfil es de una izquierda mucho más dialogante y técnica que la de Bellido. Aunque recién empieza, Vásquez ya ha comenzado a pagar las cuentas pendientes del primer período.
Vásquez podrá conducir mejor las políticas de gobierno, pero se enfrenta a una administración que se desborda de problemas, entre ellos los pasivos de al menos cuatro ministros que integran su gabinete, que no fueron escogidos por ella, pero que cargan con graves denuncias en contra. Además, tiene una fuerte oposición del ala radical del gobierno, que ve con recelo que el presidente le haya dado más protagonismo a los independientes y moderados de la alianza de izquierda, y que ha dividido a la bancada oficialista. Difícilmente la voluntad de Vásquez será suficiente para sostener un gobierno tan precario.
Lo más complicado para ella será, sin duda, el propio Castillo, un presidente que no habla y no lidera, que desconoce profundamente cómo funciona el Estado y que tampoco se ha rodeado de asesores que lo instruyan. El más reciente escándalo, relacionado con pedidos para ascender irregularmente a altos mandos de las Fuerzas Armadas, alcanza al presidente en tanto él mismo conversó con el entonces comandante general del Ejército, general José Vizcarra, para solicitarle que beneficie a dos coroneles que no cumplían los requisitos. Como no los ascendieron, destituyó a Vizcarra.
Esta conducta muestra a un presidente que, uo quiere copar las instituciones con gente de su confianza o que por miedo a un golpe o una vacancia se rodea de militares de confianza pasando por encima de la institucionalidad. Cualquiera de los dos escenarios son graves, y pueden ser la justificación que busca la oposición radical para iniciar el proceso de vacancia, e intentar convencer a las bancadas de centro para obtener los votos necesarios.
Castillo tuvo por delante una paradoja compleja. De un lado, el sector radical e infantil de su partido no le ofrecía ninguna garantía de llevar adelante un gobierno mínimamente viable, pero tenía bases populares en el centro y sur del país. Por otro lado, de terminar de moderarse, tendrá enemigos en los dos frentes: la extrema izquierda y la derecha. Además, corre el riesgo de perder el apoyo popular, en tanto la izquierda moderada no tiene gran aceptación, y los sectores que anhelan grandes cambios podrían ver en él la repetición de la decepción que causó el expresidente Ollanta Humala.
Pero el presidente da mensajes contradictorios, lo que aumenta la incertidumbre sobre su gestión. Al hacer un balance de sus 100 primeros días, insistió en la propuesta que enarbola el sector más radical: la necesidad de convocar a una asamblea constituyente. Sabe que su moderación de poco serviría para ganar la simpatía de la derecha conservadora —casi la tercera parte del Congreso— que lo ven como fruto de una elección que les robaron. Entonces, la aprobación de sus iniciativas en el Parlamento y su propia sobrevivencia tendría que recaer en las bancadas de centro, las cuales carecen de liderazgos definidos o de objetivos concretos. Es un terreno muy inestable sobre el cual construir.
Pedro Castillo no tiene capacidad para ordenar su gobierno y cumplir con las expectativas de cambio, ni la fuerza parlamentaria para detener una arremetida. La oposición, por su lado, tiene el respaldo —y a la vez la presión— de grupos movilizados de extrema derecha y de algunas élites políticas y mediáticas, pero aún no tiene el apoyo del centro político para dar un paso hacia adelante en la vacancia. El camino está trazado hacia una crisis política más aguda.